23 de enero de 2008

La princesa y la conquista del mundo (o cómo me volví adicto a los videojuegos)

Pasó Navidad y ninguno de los regalos que pedí llegó, así que al demonio dejaré de esperar y proseguiré con el blog. Ya ha pasado bastante tiempo y aún no termino con la serie de mis vicios, adicciones o aficiones muy arraigadas – llámenlos como quieran -. Así que les presento al tercero: las pantallas y sobre todo si hay alguna forma de interactuar con ellas.


Para los que ya pasamos los 20 añitos, y transcurrimos gran parte de nuestra infancia jugando lo que sea con lo que encontráramos, ya sea en la casa o en la calle, la llegada del Atari significó otra forma de ver el simple mundo en el que vivíamos. La posibilidad de manejar un autito o reventarle la madre a tu hermano mayor superaban toda realidad. Aunque he de reconocer que en muchas ocasiones volvía a la calle o a hacer lo que fuera.


Mi primer encuentro del tipo píxel fue como a los 5 años, ya podía coordinar lo suficiente como para manejar el joystick de manera satisfactoria (al menos lo suficiente como para dejar en ridículo a mi hermano que me supera por cuatro años). Me afanaba con los juegos de autos y los que incluyeran algún tipo de estrategia. Sin embargo, y a pesar de lo bueno que era – lo siento pero en Atari si la rompía -, mi karma siempre fue un tío, al que recién superé a los diez años.


Luego conocí Pacman y Tetris como preludio al inmortal Nintendo. Llegaron Mario, Koopa y la Princesa y tuvieron el suficiente poder como para hacer que gaste mis exiguas propinas en el vicio más cercano. Pasé Mario 1 como en 4 meses y me sentía el rey del mundo, estaba listo para lo que sea. Mi siguiente reto fue el Super Nintendo con Street Fighter, Contra, Top Gear, Fútbol Excitante y las siguiente versiones de Mario; este recién lo enfrento porque mis padres jamás accedieron a que tengamos uno en casa.


En cambio, si decidieron adquirir una computadora. Y ahí sí me hice vicioso completo, no sólo de juegos sino de enterarme todos los trucos y códigos de los ya olvidados Windows 3.1 y DOS. Aunque es cierto que gran parte del tiempo me la pasaba conquistando el mundo, ganando el campeonato de Formula 1 o averiguando los misterios del Monkey Island 2.


Pasó el tiempo, aprendí a fumar, ya conocía los efectos del alcohol y la vida dejó de ser puramente juego – descubrí que las mujeres no eran un juguete más -. Pero mi apego a las pantallas creció, y los juegos cada vez eran mejores. Llegué a alquilar un Nintendo 64 sólo para terminar Zelda y me encerré en maratones de Starcraft y Counter - Strike en cabinas de Internet (empezaban 9 de la noche y concluían 8 de la mañana) tras las cuales mi mano derecha movía un mouse de aire por las siguientes cuatro horas.


Ya no llego a tales extremos, pero aún me meto enviciadas online, o en solitario, de cinco o seis horas, y no me molesta hacerlo porque me cago de risa y puedo olvidarme del mundo por un rato. Ese mismo tiempo me lo paso estudiando, editando, arreglando fotos o diseñando en muchas otras ocasiones. Muchas personas me han dicho que me paso de la raya a veces, y dependiendo de quien venga, no me importa la verdad. Tú anda abúrrete en la realidad…yo tengo que conquistar el mundo.

De cierre una hazaña que asumo que jamás lograré: pasar Mario 3 en once minutos. (Espero estar equivocado)