2 de diciembre de 2008

En cinco minutos y con un punto blanco

Cinco minutos o tres cuadras, o los dos, a veces no se necesita más que eso para arreglar un día que estaba aparentemente perdido; condenado casi desde un inicio a ser un reverendo asco. A esos cinco minutos, hay que sumarle el plus proporcionado por lo impredecible de la naturaleza; no hay pierde.

Empecemos por lo esencial, ayer mi optimismo precavido de los últimos tiempos fue sustituido por el fatalismo y el pesimismo. Estuve a poco de firmar el contrato definitivo de “Ándate a la mierda mundo y todos los que viven en él (salvo unos pocos” y patear el tablero. Al levantarme tarde, para variar como cualquier lunes, me olvidé unos papeles y de yapa no pude ducharme. El camino de veinte minutos a la universidad, usualmente apacible y sin sobresaltos, se volvió en carrera por evitar la posible pérdida de mis orejas por congelación.

A esas horas ya andaba preocupado porque no había estudiado absolutamente nada para un parcial que tuve hoy, con la proyección del día y como correrían las horas la veía bien verde si quería sacar una buena nota. En esas andaba, cuando asumí que la práctica que di ayer iba a ser un desastre, fuera de eso sólo me quedaba plata, gastable, para los puchos necesarios para acabar el día.

La paz que viví al entrar a la chamba, soy el cabinero de las salas de cómputo de la U, se fue apenas abrí el correo. Al que le tocaba el siguiente turno no iba a venir, por ende este señor ya ofuscado y aburrido del mundo tuvo que tragarse una hora más aguantando quejas y cargando cuentas de impresión.

Cuando cerraba el turno y me disponía a poner a prueba la casaca que recién me compré, una ganga realmente, me di cuenta que la furia del invierno ya estaba desatada, corría un viento terrible y al parecer llovía. Inocente yo, pensé que mojarme un poco terminaría por fregarme el día: no estudiaría, mi resfriado pasaría a ser crónico y las poquísimas ganas que me quedaban se irían por las acequias de Pamplona; además que la lluvia era el alimento ideal para mis paranoias actuales.

Sin embargo, ni bien crucé la puerta un punto blanco me cayó encima y por alguna extraña razón el día de mierda que había tenido ya no era tan malo. Estaba en plena nevada a cero grados centígrados acompañado por las letras de Plant y la guitarra de Page, las tres cuadras que separan mi centro laboral de mi casa me las pasé con la mente en blanco, sin nada malo en la cabeza y pensando en la diferencia que pueden hacer cinco minutos.


Hoy he vuelto a probar que este mal post que acabo de escribir puede no ser parte de una coincidencia. Por cinco minutos que desaproveché estoy colgando esto y no en algún bar o café de la ciudad, no sé si bien o mal acompañado, pero al menos disfrutaría el momento.
Todo lo que hago por que tengan algo que leer.

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