Cinco minutos o tres cuadras, o los dos, a veces no se necesita más que eso para arreglar un día que estaba aparentemente perdido; condenado casi desde un inicio a ser un reverendo asco. A esos cinco minutos, hay que sumarle el plus proporcionado por lo impredecible de la naturaleza; no hay pierde.
Empecemos por lo esencial, ayer mi optimismo precavido de los últimos tiempos fue sustituido por el fatalismo y el pesimismo. Estuve a poco de firmar el contrato definitivo de “Ándate a la mierda mundo y todos los que viven en él (salvo unos pocos” y patear el tablero. Al levantarme tarde, para variar como cualquier lunes, me olvidé unos papeles y de yapa no pude ducharme. El camino de veinte minutos a la universidad, usualmente apacible y sin sobresaltos, se volvió en carrera por evitar la posible pérdida de mis orejas por congelación.
A esas horas ya andaba preocupado porque no había estudiado absolutamente nada para un parcial que tuve hoy, con la proyección del día y como correrían las horas la veía bien verde si quería sacar una buena nota. En esas andaba, cuando asumí que la práctica que di ayer iba a ser un desastre, fuera de eso sólo me quedaba plata, gastable, para los puchos necesarios para acabar el día.
La paz que viví al entrar a la chamba, soy el cabinero de las salas de cómputo de la U, se fue apenas abrí el correo. Al que le tocaba el siguiente turno no iba a venir, por ende este señor ya ofuscado y aburrido del mundo tuvo que tragarse una hora más aguantando quejas y cargando cuentas de impresión.
Cuando cerraba el turno y me disponía a poner a prueba la casaca que recién me compré, una ganga realmente, me di cuenta que la furia del invierno ya estaba desatada, corría un viento terrible y al parecer llovía. Inocente yo, pensé que mojarme un poco terminaría por fregarme el día: no estudiaría, mi resfriado pasaría a ser crónico y las poquísimas ganas que me quedaban se irían por las acequias de Pamplona; además que la lluvia era el alimento ideal para mis paranoias actuales.
Sin embargo, ni bien crucé la puerta un punto blanco me cayó encima y por alguna extraña razón el día de mierda que había tenido ya no era tan malo. Estaba en plena nevada a cero grados centígrados acompañado por las letras de Plant y la guitarra de Page, las tres cuadras que separan mi centro laboral de mi casa me las pasé con la mente en blanco, sin nada malo en la cabeza y pensando en la diferencia que pueden hacer cinco minutos.
Hoy he vuelto a probar que este mal post que acabo de escribir puede no ser parte de una coincidencia. Por cinco minutos que desaproveché estoy colgando esto y no en algún bar o café de la ciudad, no sé si bien o mal acompañado, pero al menos disfrutaría el momento.
Todo lo que hago por que tengan algo que leer.
Empecemos por lo esencial, ayer mi optimismo precavido de los últimos tiempos fue sustituido por el fatalismo y el pesimismo. Estuve a poco de firmar el contrato definitivo de “Ándate a la mierda mundo y todos los que viven en él (salvo unos pocos” y patear el tablero. Al levantarme tarde, para variar como cualquier lunes, me olvidé unos papeles y de yapa no pude ducharme. El camino de veinte minutos a la universidad, usualmente apacible y sin sobresaltos, se volvió en carrera por evitar la posible pérdida de mis orejas por congelación.
A esas horas ya andaba preocupado porque no había estudiado absolutamente nada para un parcial que tuve hoy, con la proyección del día y como correrían las horas la veía bien verde si quería sacar una buena nota. En esas andaba, cuando asumí que la práctica que di ayer iba a ser un desastre, fuera de eso sólo me quedaba plata, gastable, para los puchos necesarios para acabar el día.
La paz que viví al entrar a la chamba, soy el cabinero de las salas de cómputo de la U, se fue apenas abrí el correo. Al que le tocaba el siguiente turno no iba a venir, por ende este señor ya ofuscado y aburrido del mundo tuvo que tragarse una hora más aguantando quejas y cargando cuentas de impresión.
Cuando cerraba el turno y me disponía a poner a prueba la casaca que recién me compré, una ganga realmente, me di cuenta que la furia del invierno ya estaba desatada, corría un viento terrible y al parecer llovía. Inocente yo, pensé que mojarme un poco terminaría por fregarme el día: no estudiaría, mi resfriado pasaría a ser crónico y las poquísimas ganas que me quedaban se irían por las acequias de Pamplona; además que la lluvia era el alimento ideal para mis paranoias actuales.
Sin embargo, ni bien crucé la puerta un punto blanco me cayó encima y por alguna extraña razón el día de mierda que había tenido ya no era tan malo. Estaba en plena nevada a cero grados centígrados acompañado por las letras de Plant y la guitarra de Page, las tres cuadras que separan mi centro laboral de mi casa me las pasé con la mente en blanco, sin nada malo en la cabeza y pensando en la diferencia que pueden hacer cinco minutos.
Hoy he vuelto a probar que este mal post que acabo de escribir puede no ser parte de una coincidencia. Por cinco minutos que desaproveché estoy colgando esto y no en algún bar o café de la ciudad, no sé si bien o mal acompañado, pero al menos disfrutaría el momento.
Todo lo que hago por que tengan algo que leer.
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