Mi motivación no era otra que la fiesta de la Virgen del Carmen en Paucartambo, después de tres años al fin tenía la oportunidad de visitar a la Mamacha de nuevo, mejor excusa no había. Así, después de preguntarme el día de mi llegada (el día anterior) a quién se le había ocurrido la soberana y "genial" idea de comprar boleto a las 7 de la mañana, me encontré con mi mochila, un sleeping y mi pucho de desayuno parado al lado de un bus con pintura en “polvo” y las emolienteras del turno de la mañana.
Al poco rato, el boletero empieza a gritar que el bus ya se va. Por suerte toda la mancha de viaje (13 puntas demasiado geniales) ya se había reunido y estábamos cómodamente sentados, listos para el camino de tres horitas. Por obra de Dios, Buda, Alá, Apus o en quien crean, la movilidad no paraba a recoger pasajeros, y por ende podía joder sin reparo a quien esté delante mío, dormir sin pensar en quien podía cortarme el cuello para robarme la cámara o simplemente mirar el paisaje sin aguantarme olores (no soy racista por si acaso) extraños y desagradables.
A las dos horas, ya estoy empolvado por completo y con un dolor de cabeza increíble fruto de chancarme la cabeza con la ventana en mi siesta mañanera. Me sigo pelando de frío a pesar de que afuera el sol ya quema. Según mis cálculos llegábamos en una hora más, y el tiempo me dio la razón.
Curva a la derecha y de ahí de bajada; la primera imagen de Paucartambo es la de un pueblito cualquiera de la sierra, pero apenas aparece el puente Carlos III, me empiezo a dar cuenta porque ansiaba tanto regresar. El lugar es pequeño, desordenado, y a las 11 de la mañana del 15 de julio un caos total; aún así me encanta y si de mi fuera me quedaría a vivir ahí.
Después de tres horas de viaje, un kilo de polvo encima y cagarme de risa por casi una hora seguida por fin puedo poner pie en Paucartambo, e inconscientemente sé que tendré unos de los tres mejores días de todas mis vacaciones.
Lo que sigue es otro cantar…y en menos de lo que chilla el chancho para el lechón, cantará.
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