25 de noviembre de 2007

Aquellos brebajes místicos (o cómo explicar una tranca )

Siguiendo la serie de vicios, o como quieran llamarlos, llego a la razón de varios de mis apodos y de ciertos mitos urbanos que me incluyen. Sin más preámbulo, el vicio número 2: el alcohol.


Mi relación con los brebajes místicos portadores del radical OH se puede remitir, otra vez, a mis años de inocencia infantil, cuando mi papá me daba una botella vacía para cambiarla por una llena cuando habían reuniones en casa, o tal vez en las ocasiones cuando me invitaba un sorbo de su vaso. Claro, eso ya hace una punta de años, ahora sabe Dios lo que haría en esas situaciones.


Cuando tomé mayor conciencia de lo que podían hacer “un par de chelitas” o “un vasito de ron”, mi curiosidad pudo más que el sentido común que se puede poseer a los 12 años. Lo admito: por esos años conocí el trago, aunque recién empecé a chupar por mi cuenta un año después.


A partir de ahí mi relación con las agradables “agüitas” de colores creció, y también empezó a traerme problemas. Sufrí el rechazo de agraciadas féminas, quienes al verme vaso en mano feliz de la vida se escapaban, o miraban con recelo todo acercamiento amistoso precedido por mi olor a barril de añejamiento. Tampoco fueron raras las ocasiones en que sentí la aversión de algún feligrés santurrón hipócrita (¿qué coños hacía en un bar o en el mismo parque que yo si tanto le jode el trago?), por lo general me zurraba, y zurro, en ellos, ¡a quién no se le ha pasado la mano alguna vez! Igualito que enconos, gané amistades que hasta hoy aprecio y mantengo.


Hasta que entré a la universidad, en mi casa no tuve mayores problemas, eso hasta que mi viejo se daba cuenta que me había chupado la mitad de alguna de sus botellas, o cuando mi madre se indignara por alguna respuesta conchuda para explicar olores peculiares a caña y cebada, o peor aún cuando tenía visibles signos de embriaguez galopante. Creo que mi vieja tiró la toalla conmigo cuando me confesó (ya portaba DNI por si acaso): “tú ya no tienes remedio, igualito a tu papá eres”. No pude más que sentirme mal por mi esmerada, pero resignada, madre.


Tal vez es por eso que cuando planteo en mi hogar la posibilidad de irme de vacaciones un par de semanas fuera de Lima empiezan las advertencias de mis padres. Al escuchar Cusco, se les baja el azúcar y empiezan a ver la forma de disuadirme, tampoco falta la voz de mi hermana que jura que me envían al cadalso o que es como darle miel al diabético. A fin de cuentas, en los últimos años si puedo decir que chupo con mi plata, y si me voy lejos de mi casa es para quitarme un poco el peso de pasarme de la raya sabiendo que en la mañana siguiente tendré que ver a mis padres, y por ende, el desayuno que terminará de mandarme a la mierda.


De lo que estoy seguro es que mientras pueda no dudaré en tomarme una chelita para relajarme, o chuparme una botella de pisco para meterme la bomba. Que elija irme a tomar en vez de estudiar no me hace peor ni mejor que nadie, me hace ser dueño de mis decisiones y por un momento alejarme de la rutina. Si me paso de la raya, será una anécdota más y algo más de lo cual pueda burlarme, además el pecado está en el escándalo ¿no? No me interesa si alguien me ve mal o me considera inferior, puede irse a dónde mejor le parezca, porque de mi banco o de mi pedazo de vereda no pienso moverme en mucho tiempo. Habla, ¿unas chelas?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

q feo borracho!

Anónimo dijo...

tas recagao amigo...

Luis Fernando Gamio dijo...

definitivamente! asi nos hicimos patas! jajaja buena gringo.

Anónimo dijo...

TU diras cuanto.. y donde!! y si no es en piura, sera un dia de esos que salgas de leo... no???

Anónimo dijo...

Bueno a mi se ha pasado la mano alguna vez y sí me importa el escándalo después de todo todos tenemos una imagen que cuidar y si no nos importa essto por amor propio, pues debería importarnos por los que nos rodean... siempre hay personas que aprenden de nosotros...