11 de noviembre de 2007

Ese placer humeante (y cómo uno se hace fumador)

Con este post inicio una serie de temas sobre mis vicios más queridos y que no pienso dejar hasta que lo vea por conveniente. Creo que más que vicios, son cosas que me encanta hacer y le dan algo de nuevo a mi rutina diaria. Pero bueno, basta de introducciones. El primer vicio es el cigarro.


Mi relación con el tabaco creo que se inicia desde que nazco, o al menos desde que tengo uso de razón. En un hogar de fumadores es muy difícil quitarse el olor a tabaco y uno lo ve como algo normal. Claro, eran tiempos en que me levantaba a las 7 de la mañana los sábados para ver Nubeluz y los adictos a la nicotina no eran tan rechazados socialmente.


Por ese entonces yo veía al cigarro como algo que botaba humo y que requería de fuego, una de mis obsesiones de chibolo, para funcionar. Además, casi todos en mi familia fumaban, podría decirse que crecí en medio de neblina. Cuando mi inocencia se fue perdiendo percibí el extraño placer que causaba dicho objeto en los adultos, y siempre resultaba el calmante esencial ante los malhumores que le causábamos a mi vieja.


Así fue que crecí con la idea de que el cigarro no era malo, y cuando empecé a fumar lo hice de puro curioso. Le robé un par de puchos a un tío y aproveché las velitas misionera de mi abuelita para prenderlo. Obviamente, cuando se dieron cuenta me sacaron la remadre, y lo dejé por unos años. Por lo menos hasta que mi hermano compraba mi silencio con cigarros y conocí la vida nocturna.


Para mis padres yo no fumaba hasta que ya era demasiado obvio en quinto de media, y cuando les dije que venía a Piura, el rostro de mi madre se desencajó y casi convulsiona y mi papá se cagó de risa. Seguro imaginaban que pronto tendría enfisema y toda clase de males respiratorios. Hasta hoy nada de nada, felizmente


En fin, el cigarro ha estado conmigo en buenas y malas, digamos que es una amistad que compro una vez cada dos días y viene con veinte puntas. También me ha causado problemas: varias chicas se asqueaban con el humo o simplemente me mandaban a la mierda, y he sentido el repudio de más de un parroquiano en distintas partes.


De todas formas, no está en mis planes a corto plazo dejar definitivamente el cigarro. Comprendí al fin el efecto calmante que tiene, no me importa que me miren mal o me boten de algún sitio por ser fumador; la compañía que me ofrece el tubito de papel relleno de tabaco en noches de estudio o para acompañar una chela vale más que las 3 lucas que pago por cajetilla. Soy fumador y que diablos, si te molesta estoy seguro que dos mesas más allá, o en la siguiente, hay algo de aire viciado que no quiero respirar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

carajo gringo dejame...cigarro